Al ingresar a la escuela secundaria, estudió piano y comenzó a componer pequeñas obras musicales; recibió una sólida formación científica, literaria y religiosa, aprendiendo griego y latín y leyendo a los clásicos en su lengua original. A los diecisiete años comenzó a sentir dudas de fe.
Sin embargo, su promisoria carrera universitaria se vio truncada por problemas de salud. Sufrió migrañas recurrentes y vómitos, que se hicieron cada vez más frecuentes, impidiéndole realizar su labor. En 1879 solicitó ser relevado de su cargo y se le asignó una pensión, lo que le permitió vivir dedicado exclusivamente a la escritura. A principios de 1889, en Turín, sufrió un ataque del que ya no pudo reponerse. Vivió sus últimos años atendido primero por su madre y, luego del fallecimiento de ésta, por su hermana, hasta su muerte en el año 1900.
Entre sus obra destaca “El crepúsculo de los Idolos”, publicada en 1888 y donde Nietzsche nos propone su crítica a la cultura tradicional, sus cuatro tesis sobre la división del mundo en verdadero y aparente y nos propone también su defensa de los sentidos frente a la razón como base de todo para el ser humano.
Por todo esto habla de la "muerte de Dios" y propone un nuevo tipo de hombre: el superhombre; «Dios ha muerto». La concepción según la cual el mundo tiene un orden y sentido ha sido superada.
Ante ello, el hombre se descubre como aquel que valora, aquel que da sentido a esta vida terrenal que es la verdadera. Según el vitalismo de Nietzsche, la vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre. Igual que ya no podemos hablar de un bien y un mal objetivos, no hay un bien y un mal en sí mismos. El bien y el mal son lo que nosotros hacemos que sean.
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