Hobbes
     Thomas Hobbes piensa que  el estado natural para los hombres es la guerra de  todos contra todos, el ejercicio continuo de la fuerza; por eso dice  que “el hombre es un lobo para el hombre”. En ese estado cada  cual tiene libertad ilimitada, pero también corre ilimitados  peligros. 
     La vida es inseguridad perpetua y miedo perpetuo a los semejantes.  Movidos por la inseguridad y el miedo, los hombres utilizan la razón y hacen un  pacto o contrato. En virtud de ese contrato pierden voluntariamente la libertad  ilimitada que por naturaleza tenían y la ceden al Estado, la  transfieren al Estado.
      En adelante la soberanía o capacidad de gobierno la tiene  el Estado, y los hombres ya no se rigen por el derecho natural  sino por las leyes que el Estado promulga, por el derecho  positivo. 
     Para Hobbes la forma del  Estado es la monarquía. El monarca es  soberano con poder absoluto, posee toda la autoridad política,  y el resto de la población es súbdita. 
Rousseau
     Jean Jacques Rousseau  cree que el estado de naturaleza era mejor que el civilizado,  que la evolución del hombre es la historia de una decadencia.  Piensa que en un principio era muy fuerte en el hombre un sentimiento que él llama  compasión, que consiste en ponerse en el lugar del otro y  cooperar con él, lo cual es el mecanismo más importante con el que contamos para  la supervivencia del individuo y de la especie. 
     Conforme hemos ido evolucionando  hemos ido disminuyendo en compasión y aumentando en lo que Rousseau llama amor a  sí mismo, que consiste en apoyarse en el mal del otro para sentirse uno bien,  eso es competir. 
     La causa de que disminuya  la cooperación y aumente la competitividad es la propiedad  privada, y el Estado se creó para salvaguardarla. La sociedad civil no  ampara la seguridad sino la desigualdad, y esa sociedad civil nació “el  día en que a un hombre se le ocurrió cercar un terreno y decir ‘esto es mío’, y  se encontró con otros suficientemente obtusos como para hacerle  caso”.
     Ya no podemos volver  atrás -sigue Rousseau-, y lo que procede es buscar la organización social más  adecuada. Esa organización es la democracia, no una  democracia representativa donde gobierna un parlamento, sino  una democracia directa donde los hombres no delegan en nadie su  libertad y se autogobiernan mediante leyes que tienen como objetivo el bien  común. 
     El enemigo de la democracia es el interés privado, que  hace que los hombres busquen la ganancia rápida y fácil y no comprendan que  pensar en todos es bueno para cada uno. Rousseau piensa que los hombres no son  capaces de no poner en primer lugar su interés privado a la hora de gobernarse,  por lo que, a pesar de que la democracia directa es el ideal de gobierno, en la  práctica es mejor instituir un gobierno representativo. 
     El  legislador ha de hacer las leyes pensando en el bien común, y los  gobernantes no han de ser representantes de la voluntad del pueblo sino sus  administradores.
 
 

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